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Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay |
En aquella pradera, siempre podía ver a esa mujer tan hermosa, con una mirada que me generaba mucha curiosidad. Era alta, de tez morena y qué belleza de color. Siempre la veía caminar a lo lejos con un balde de leche, mientras el sol del amanecer iluminaba su rostro. Su cabello, el tono más negro que podía haber, largo y lacio, lleno de brillo. Su sonrisa, a mis ojos era la más perfecta, aunque fueron pocas las veces que la vi sonreír; siempre estaba seria. Pero, aunque sonriera poco, sus expresiones me decían lo feliz que era de vivir en ese lugar. La luz reflejaba su piel tan cálida y brillante, dejando ver así, aquella nariz alargada y un contorno bien definido. Puedo decir que tuve la dicha de verla de cerca y poder contemplar todas esas perfecciones, sus manos bien finas y delicadas, con uñas largas y descuidadas por su trabajo.
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Párrafo descriptivo por Andrea Solórzano Villalobos se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
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